dichas que se pierden
son las desdichas más grandes
Deliciosa comedia de intrigas que me ha devuelto durante unas horas a mis días de instituto. En dos sentidos: Primero, recordando aquellas clases en las que analizábamos los textos, cada estrofa, la métrica, las figuras literarias, que campan a sus anchas en obras como esta. Segundo, rememorando el amor de entonces, la inocencia del sentimiento que empezaba a asomarse, y todos sus matices que por aquel entonces todavía alguno no tenía nombre para mí. El amor de los personajes, caballeros hechos y derechos con espadas a su cintura, es como el enigma que va naciendo en nosotros desde que tenemos uso de razón y que se va resolviendo en nosotros mismos, aunque no siempre por nuestra persona. Es el amor en su primer estadio, la ilusión y los celos y el creer morir de alegría y pena y el llorar, descritos en verso y comparados con el sol, las estrella, el mar y los veleros. ¡Cómo cambian las cosas! Con la edad, nosotros, el mundo (y la literatura) nos olvidamos de todo eso y nos complicamos mucho más el amor hasta olvidar sus principios.
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