lunes, 17 de agosto de 2009

LOS DETECTIVES SALVAJES - Roberto Bolaño


Es "Los detectives salvajes" como uno de esos platos de la cocina de vanguardia a los que llaman deconstrucciones, en los presentan una tortilla como un suflé de huevos con cebolla caramelizada y puré de patata con trufa.
El libro se divide en tres partes, la primera y la tercera son correlativas en el tiempo, pero el autor sitúa en el centro el cuerpo de la novela, que es lo que les ocurre a los detectives salvajes justo después de lo que les pasa al final de la tercera parte, y que se dilata durante 20 años. Esta segunda parte se compone de testimonios de personajes a lo largo del tiempo y el mundo, y a través de ellos sabemos lo que fue de Arturo Belano y Ulises Lima, aunque en este tiempo han tenido poco de detectives y sí algo de salvajes.
Viendo el título del libro y algunas críticas me esperaba una especie de intriga literaria, pero no es así. Quizás esperaba algo más de este libro, aunque pensándolo bien no sé qué más se puede esperar de una novela que lo que esta ofrece. Ofrece un inmenso amor, ternura, hacia el arte, hacia la literatura, y sobre todo a la poesía y a los poetas, a los que el autor trata como Baroja a sus personajes más desgraciados. Pero si esta obra profesa amor hacia algo, bajo mi punto de vista, es a la juventud, a su fuerza casi infinita, a su locura ingenua, al mirar con los ojos muy abietos al principio de todo.
Los detectives salvajes son poetas real visceralistas, movimiento que no se nos explica ni del que podemos leer ningún poema, pero a cada testimonio, a cada página, a cada bocado, vamos reconociendo el magnífico sabor general, lleno de matices (espectacular el capítulo sobre la teoría de la creación literaria) y que marida a la perfección con el sorbo de la tercera parte.

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